antebrazo

Las venas repletas de lo que a base de aguja te inyectas con milimétrica precisión, intercambiando tus ojos por imponentes vistas desde el cielo, de donde divisas corazones fríos a través de un telescopio fabricado con huesos de cuervo albino, meditando sobre la continuidad de las tormentas que te acompañan en el trono de Rey del Reino del Caviar, al lado del Reino de los Polvorones mentolados, que te hacen sentir liberado con los brazos extendidos hasta pellizcar las esquinas del cielo, roto en diminutas piezas de cristal cortante rociado de sangre, sangre que no fluye, como no fluye el rió de fresas en el que flotas, ligado a un bosque de olmos desnudos que desembocan en el océano cítrico de naranjas y uvas violetas, engullidas a destiempo en 13 campanadas tardías de sonido inarticulado, precediendo a un año de deseos inasequibles donde todo es difícil, no fácil como ahora, sin preguntas que te hagan correr en círculos ridículos, sin preocupaciones, sólo estrellas y un gran bizcocho de tulipanes y azucenas, sabroso como el sabor del fracaso, del destino chamuscado por cerillas incansables que no se agotan, como no se agotan tus ganas de gritar y reventar vilmente los cimientos de estos montes majestuosos y rotundos como grandes campos de trigo perdido, donde paseas vestido con adecuación, pues resulta tan natural apretar diferentes hierbajos en un intento de asomarte al mundo con dulzura innoble, vendiendo mentiras a precio de sonrisas procelosas hasta chocar en silencio contra el muro, sintiéndote como un insecto pisoteado, temblando pero sujeto por piernas desencajadas y empapadas de blanco-azulada perfección, para bailar liviano encima de un piano de teclas desviadas, mientras asumes lo que has hecho entre olores estridentes y movimientos incómodamente cómodos, apenas conociendo al que pasa canturreando serenatas entre tanta agitación social desmesurada, ausente ante tanta desgracia sin azúcar, siempre baboseando por el bálsamo que te acoge con estimulante afecto, que te aporta música extraída del cosquilleante repertorio del gran Ennio Morricone, que te rescata con una cuchara antes de que te despeñes al abismo de la medianoche, donde luciérnagas y mas cetáceos alumbran lo que tiempo atrás ardía en fecunda luz, luz lejana difícilmente alcanzable, tomando en cuenta lo diagonal de la cuesta que te aterra, que da paso a ese infame dibujo a carbón innecesariamente proclamado vida, rebosante de buen gusto y maneras que limitan lo bueno y encarcelan el placer, calificando a aquel que sigue sus impulsos de clandestino, aferrándose a un silencio en blanco y negro que causa agonía, deshaciéndose de ese sub-mundo fantástico donde no se escapan cometas, donde uno duerme en alfombras de alfalfa, riéndose del final de la obra, extrayendo con talante francés esos mocos insignificantes que te tumban en tu fosa nasal de vello desafilado, acomodado en ese placer supremo que incluye voooooooooooooooooooooooooolar y griiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiitar y deeeeeeeeeeeesviarse del rumbo previamente establecido, orgulloso de burlarte de los desamparados que permiten ser lentamente desangrados por las ocultas puñaladas de aquellos que nos son como tú, basura embadurnada de una capa espesa de soeces e inocentes, y tus carcajadas ante lo que es difícilmente explicable, pura experiencia mágica de esferas brillantes y círculos misteriosos que bailan al son de las estrellas nevadas ancladas en espirales profundos de tonos electroestáticos, incursionare en un vértice de rosas amarillas con sabor a tinta usada, eternamente transparente ante todo lo que no constituya felicidad y desenfreno, abrigado con nubes de espuma de terciopelo a merced del indivisible horizonte, tumbado en ráfagas de viento, solitario, gimiendo a causa de ese orgasmo moral que pierde su fuerza en palabras inocuas, olisqueas ese inoportuno desenlace que se avecina, con una aguja aún clavada a mitad del brazo de color desierto, con sangre mezclada, tumbado, sin proyectar manchas de sombra, charlatán mientras callas y alcanzas ese minuto de total armonía, donde con ojos cansados, tu vida se viste con prendas de largometraje, donde esa luz, la famosa luz, se acerca para contribuir con un final fugaz, donde tumbado, las cadenas de un sueño eterno te atan trazando una sonrisa subrayada en el pálido rostro, con el que embarcas en un velero de forma de pato, tumbado, despidiéndote de nada …


El grito de la sirena se empotra contra un buzón inflado perfectamente adosado a la acera de una calle de Paris.